Crítica // DJANGO DESENCADENADO (una obra maestra, aunque Tarantino se empeñe en que no lo sea tanto)

Django desencadenado tiene todo lo esperable en un producto de la industria tarantiniana: es visceral, divertida, sanguinaria, enérgica, ruda y hermosa; un tsunami de maestría cinematográfica que te deja embobado, absorto por su brillantez. En ella confluyen todos los elementos que uno le pide al cine entendido como espectáculo y como arte; su creatividad visual y la afilada redacción de cada línea de sus diálogos están solo alcance de un genio….hasta que llegan las secuencias conclusivas del último acto. Por desgracia, la parte final del film exagera su metraje; en la conclusión de la historia Quentin Tarantino cae víctima de sus propios excesos líricos.

—SPOILER ALERT ON—Desde el instante en que se sientan a cenar en la hacienda Candie hasta que empieza la escabechina hacen falta, en opinión de un servidor, unas tijeras que aligeren la secuencia (sobre todo en la escena de la disección craneal). Pero el fallo grave del último acto está en lo que sigue al gran clímax de la ensalada de balas y sangre, una secuencia final innecesaria, que jamás debió incluirse en el montaje definitivo. La resolución del relato (sin cambiar un ápice ni su fuerza ni sus intenciones dramáticas) debía suceder en ese momento. En lugar de eso, Tarantino decide que Django debe ser retenido, transportado en un carromato, liberarse de sus captores, regresar a Candieland y terminar la faena empezada.

En definitiva, Tarantino aleja al prota de su objetivo sin aportar ningún nuevo significado y resuelve el entuerto del mismo modo en que podría haberlo hecho antes, con un espectador más atento y satisfecho. Por eso uno se revuelve en al asiento: esperaba el final en un sitio, que el director ha aplazado por una digresión, repito, innecesaria.—SPOILER ALERT OFF—

No obstante, la matrícula de honor que firmaba en mi asiento en los dos primeros actos se ha quedado en un espléndido nueve, no creáis. El dolorosísimo traspiés final no elimina la cercanía a lo divino de lo anterior. Especialmente por la superación de barreras dentro del universo creativo del propio cineasta californiano: a lo que ya sabíamos del autor por su filmografía precedente se suma en Django desencadenado una sensibilidad exquisita, concentrada en el viaje emocional del Dr. Schultz, que estalla -desbordada de humanidad- en el último instante de magia de la película. Esa escena es la que convierte a Christoph Waltz en uno de los mejores intérpretes del año, aunque hasta ese momento uno tenía la sensación de que no existían demasiados matices entre Schultz y el nazi de Malditos bastardos.

Los mejores de la peli, no obstante, son Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson. El primero personifica el cinismo y la psicopatía llevadas al extremo; un diablo encerrado en un potentado sureño; y el segundo supone una encomiable sacudida de comicidad y oscuridad que varía de edad según la escena, eso sí. Por su parte, Jamie Foxx está mejor que nunca y Kerry Washington no da demasiado juego.

Muchas veces, amigos simples, creo que Tarantino es un espadachín amante de los libros de caballerías nacido en el siglo equivocado. De ser coetáneo de Dumas hoy tendríamos más condes de montecristo que leer; pero, por suerte para los fanáticos del celuloide, como lo parieron en los USA del siglo XX no le cabía otra que convertirse en director de cine. Eso que nos llevamos (aunque yerre).

PD: Cagon tó, ¡¡¡qué banda sonora!!! (menos el tema hip hop, que no pega, se mire por donde se mire).